26 oct. Versiones de una cicatriz
El rastre de l’existència del pas dels éssers vius resideix en les petjades, marques o senyals adquirides a través del temps i l’experiència. La cicatriu, al seu torn, no és només l’experiència. És el procés necessari perquè una ferida aconsegueixi curar-se i doni pas a l’evolució.
La col·lecció “Versions d’una cicatriu” és el producte de reunir 17 artistes que, des de la seva cosmovisió, presenten interpretacions i significats diversos, la seva versió de “la cicatriu”, a través de la fotografia, la música i la literatura.
Aquesta obra exposa el dolor, el temps i la fragilitat, vistos des de la seva finitud. Una òptica que regira i reconstrueix, que recorda i també transforma.
El col·lectiu VERSIONES / VERSIONES és un col·lectiu multidisciplinari amb perspectiva de gènere que sorgeix de la necessitat de comunicar idees i establir un diàleg amb dones artistes amb diferents versions sobre el concepte de cicatriu.
Adriana Lara (México, 1978) explora los cambios, los accidentes y las rupturas que dejan huella. La textura es evidencia y testigo de las marcas de las experiencias.
Gracia Luévano (México, 1990) habla sobre la vulnerabilidad del ser humano a ser herido, donde los objetos cotidianos como una casa se tornan una proyección física sobre la cicatriz. Asimismo
Aideé Borunda (México, 1985) utiliza analógicamente el objeto para expresar que las marcas son costuras de la memoria, en palabras de Piedad Bonet: “es un remate imperfecto que nos sana dañándonos”.
Para Alejandra Ordóñez (México, 1986) la huella es la transformación de la materia, entendiendo el cuerpo como materia y como agente transformador al tiempo, a veces lento y silencioso, a veces raudo y agresivo.
También Angélica Chávez (México, 1990) se aproxima al concepto desde la temporalidad del cuerpo y la materia, sus ciclos y caducidad. Su trabajo es una una reflexión para dejar de ver las marcas como algo superficial, pues no son más que una oportunidad de introspección. le da un giro al concepto y asume la marca emocional analógicamente con el síndrome del miembro fantasma, que es la manifestación de la memoria que se origina por la ausencia y la sensación de que el ente permanece unido al organismo.
Aniela Rodríguez (México, 1991) utiliza como instrumento el verso y la palabra a las que denomina las heridas más hermosas.
Jael Gaytán (México, 1984) intenta hablar desde lo profundo de si misma al exponer la apatía y las marcas de una sociedad en violencia constante.
Izabela Oldak (Polonia) refiere que “el mundo entero es un organismo de vida grande, todos nosotros tenemos las mismas raíces y somos las ramas del mismo árbol. Compartimos la misma realidad y sufrimos los mismos procesos de tiempo, examinando la metamorfosis constante”.
Magali Pérez (México, 1979) en sus imágenes nos sumerge en la incógnita de la cicatriz, la cual sugiere que se lleva a la vista o en el alma, ya sea esta tangible o como parte de nuestros demonios.
Marcela Ochoa (México, 1978) expresa que la cicatriz es un proceso de recuperación, de liberar y renacer desde la naturaleza por medio de los beneficios de las plantas.
Para Marcela Zamudio (México, 1988) no todas las marcas son tangibles, ni individuales. Los feminicidios son heridas, golpes que nos han dejado marcados como sociedad, una cicatriz colectiva.
Marilú Ríos (México, 1987) aborda la relación entre el ser mujer y la naturaleza, la vagina como una cavidad abierta de la misma forma que la tierra, utiliza tierra y sangre menstrual siendo estos dos elementos de la implícitos en la naturaleza.
En palabras de Gloria Bosch el trabajo de Roser Oduber (España.) tiene que ver con la fragilidad humana como experiencia, la conexión a los ciclos de la vida y la fuerza regenerativa. Ella misma habla del “sistema de espacios vacíos que pueden ser transitados caminando a la deriva”.
Cécile Hug (Francia, 1975) cuestiona la memoria del cuerpo, las marcas físicas que a veces desaparecen, pero no del recuerdo, se aproxima a la cicatriz que se produce cuando el daño es infringido por nosotros mismos.
Galia Mirsha (México, 1978) compone su versión de la cicatriz con sonidos de instrumentos, voces y elementos de paisaje sonoro urbano. La sonorización del estado emocional de perdón, otros sonidos reconocibles en el código de la armonía tradicional occidental como traducción de los motivos que nos llevan al perdón y sonidos de carácter lúdico para describir la recuperación del equilibrio.
Gabriela Hijar (México, 1990) retoma el concepto de Kintsugi la tradición japonesa de la restauración de jarrones cerámicos. La idea de que un objeto renace y se fortalece luego de sufrir un daño tiene una gran similitud con la cicatriz que nos recuerda el aprendizaje y la belleza adquirida a través del sufrimiento.
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